Exit

Algún día todos seremos cyborgs (Editorial)

por Rosa Olivares

Exit nº 48, Noviembre / Diciembre / Enero (2013) 2012

Imagen: Bernhard Prinz. Untitled (Injury), Wound series, 1999. Courtesy of the artist and Bernhard Knaus Fine Art, Frankfurt am Main.

 

La búsqueda de la belleza se cruza con el deseo de la eterna juventud a las puertas de los quirófanos en las clínicas y los hospitales. Cada vez parece más cerca esa idea atávica de vencer al tiempo, de evitar que nuestro cuerpo, nuestra cara, se vayan deshaciendo, vayan perdiendo tersura, brillo, belleza. Se conviertan en lo que no creemos, en lo que no queremos ser. Porque el problema siempre es el tiempo, su paso y la imposibilidad de revivirlo, de pararlo, de controlarlo. Volver a la juventud del cuerpo de veinte años con la cabeza de los cuarenta y la experiencia de los cincuenta. Poder vivir otra vez aquellos momentos en los que todo parecía eterno... Pero hasta ahora el tiempo sigue ganando esta guerra de varios frentes. La literatura se empeña, desde H.G. Wells hasta Stephen King sin olvidar al genial Isaak Asimov, en atravesar el tiempo como si fuera el espacio, poder viajar hacia atrás para evitar el presente, pero casi siempre es el futuro el que sale perjudicado. Estos viajes en el tiempo siguen habitando un rincón del cerebro de los más imaginativos, y ni el cine ha conseguido hacer el viaje de ida y vuelta hasta el momento.

El culto al cuerpo, el deseo de no envejecer, de estar, de seguir estando atractivos, marca una sociedad en la que la juventud es un valor que prácticamente cotiza en bolsa. Pero, no nos engañemos, detrás de ese deseo de ser jóvenes y bellos lo que se esconde es la ansiedad de ser queridos, la necesidad angustiosa de que nos miren, de que nos deseen, de no ser vulgares ni transparentes. Una falta absoluta de autoestima y de seguridad en lo que realmente somos. Quiéreme, quiéreme, no te importe que ya no sea el mismo, que haya cambiado, todo cambia, ¿por qué yo no puedo cambiar? ¿Por qué hemos parado el tiempo en aquella imagen de un día tan lejano? Todo ha cambiado desde entonces, pero mírame y quiéreme, sigue queriéndome. Todo en el fondo busca simplemente ese deseo, ese amor, esa necesidad de ser en el otro, y para ello estamos dispuestos a matarnos lentamente, a inyectarnos botox hasta que nuestra expresión sea la de un robot, a operarnos hasta que los cirujanos se nieguen a volver a hacerlo, a obsesionarnos con el deporte y a, finalmente, ocultarnos de todos, escondernos, pues lo único que es seguro es que no podremos vencer, nunca ni definitivamente, el paso del tiempo. Vanitas vanitatis.

La belleza no acaba nunca de ser artificial, desde el propio canon de belleza clásico. También nos cuenta la historia que con las partes más perfectas se puede construir un monstruo, que la perfección engendra monstruos que proceden de nuestros sueños. Lo que hemos podido comprobar es que la belleza es una tortura, una especie de castigo permanente que ha atravesado las diferencias de género para que los hombres también se depilen, maquillen y operen, pasen por desagradables sesiones de peluquería y de dolorosos procesos médicos. Esa parte de esfuerzo y dolor sí la ha resuelto en gran medida la ciencia ficción convirtiéndonos en seres más o menos etéreos o monstruosos, en los que el cuerpo es simplemente una ficción, una reconstrucción mental, una puesta en escena del que mira y no del propietario de ese cuerpo. A veces reducidos a una voz, a una mente, lo que en arte actual ya prácticamente se ha conseguido: que la obra no tenga forma ni cuerpo, solo una idea, un concepto, una voz, un suspiro. Es decir, la ciencia ficción ha vuelto a definir la belleza: está más en el ojo del que mira que en el objeto observado. La belleza es relativa y, cada vez más, la idea de lo artificial también.

El tiempo nos cambia cada día, poco a poco, lentamente, de una manera imperceptible. Pero la suma de esos microcambios genera una transformación completa. Nuestros cuerpos engordan y se revisten inevitablemente de tejido adiposo, el pelo se cae, se blanquea, casi nunca de la forma elegante que nos gustaría. Poco a poco, según vamos andando por nuestra propia vida, por nuestro propio tiempo, empezamos a ir a la peluquería, gastamos más o menos en perfumes, lociones, cremas, maquillaje... El paso al gimnasio es inevitable llegando a un determinado punto. Alternativas como andar, correr, nadar, pilates, todo vale para intentar, si no parar el tiempo, ralentizar su paso devastador. Pero no solo es el tiempo, las modas, las tendencias y los cambios culturales: el pelo es un elemento esencial para entender cada época, cada raza. Y por supuesto la ropa, y, ya sin la ropa, los tatuajes, la musculatura, el vello corporal... En cada época, en cada sociedad es, ha sido y será valorado de forma diferente. Lo que para unos es el sumo de la belleza para otros es repugnante, y es en el cuerpo desnudo, en ese conjunto de carne, grasa, vísceras, sangre y huesos, donde esto queda más claro.

Los más valientes o los más desesperados han acudido jubilosos a la cirugía plástica como la solución más eficaz para detener el tiempo en un conjuro que nos remite, nuevamente al mito de la construcción de un ser nuevo. Remodelamos, reconstruimos, cambiamos, nos agarramos con todo lo que podemos al giro de la vida. Los más timoratos se empeñan en afirmar que el cuerpo es un recinto sagrado, que no hay que cambiarlo, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios... ¿de qué Dios? Este grupo se olvida de que hay diferentes dioses con diferentes gustos estéticos y que el cuerpo ha dejado hace tiempo de ser sagrado. No quieren aceptar que algún día no muy lejano todos seremos cyborgs, creados, esta vez, a imagen y semejanza de los modelos de belleza de ese momento. Y es una pena que ese momento no sea hoy. Y sobre el debate de si el alma está en la mirada, en el corazón o en el hígado... también depende de en qué cultura nos formemos para dar una respuesta u otra. O tal vez ninguna. No se trata de crear un Frankenstein, se trata de nosotros mismos, de cada uno de nuestros miedos y deseos.

El problema de la cirugía es lo que todavía no puede arreglar, sus imperfecciones, sus restricciones. Por suerte donde no llega la cirugía llega Photoshop. La fotografía, de la mano de la imaginación, ha traspasado muchas más fronteras en este territorio que la propia literatura, que el cine. La fotografía nos muestra las posibilidades, los errores, los triunfos, la locura y el miedo de todas estas variaciones sobre un mismo tema. Desde un documentalismo paramédico hasta la recreación de fórmulas donde la belleza es brutal. El punto de vista de cada fotógrafo difiere enormemente, desde el que se lo toma con ironía, sentido del ridículo, hasta el que busca la belleza más allá de lo retratado, sin olvidar ese lado de crítica entre ética y moral. Cada uno de ellos decide centrarse en la demagogia y humillación de los concursos de misses, otros no pueden olvidar cómo el tiempo trastoca a su paso todo lo que existe, y que su aliento de muerte apaga la luz de la piel más tersa. Es al lector, finalmente, a quien le toca aportar su opinión al leer la revista, al mirar las imágenes. ¿Hasta dónde llegaría él o ella para alcanzar la belleza, para detener el tiempo aunque solo sea por un momento? Lo que habría que evitar siempre es el juicio moral, tan apegado a la época y la idea religiosa que otorga al cuerpo una importancia sin duda exagerada. En ese punto lo mejor es decir lo que ya dijo en su momento Federico II de Prusia: "Cada uno que sea feliz a su manera".

El lugar, el cuerpo, el método, hemos buscado artistas que pudieran explicar con sus imágenes diferentes puntos de vista, diferentes experiencias, y que todos dieran una respuesta, siempre parcial -como la belleza- de lo que es artificial, de lo que es belleza, de lo que seguimos buscando después del corsé, de los tintes, de las prótesis. Hemos dividido este trabajo en varios bloques que pueden englobar métodos más suaves o más duros de reconducir el material de nuestros cuerpos hacia la idea de belleza: Retocar, Construir, Moldear e Imaginar. Dentro de ellos podremos asistir a campeonatos de culturismo, concursos de belleza, sesiones de peluquería, masajes, maquillaje, y, desde luego a la antesala de los quirófanos. Veremos el cuerpo, el lugar y las formas en que se trata de cambiarlo. Y finalmente comprobaremos que la belleza nunca es natural ni artificial, que es un concepto moldeable, que se construye, se retoca y, sobre todo, se imagina.

 

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