Exit

¿Es la belleza algo antiguo?

por Rosa Olivares

Exit nº 30, Mayo / Junio/ Julio 2008

Más allá de cualquier consideración teórica o constructiva, cuando pensamos en la fotografía pictorialista pensamos en la belleza. El que la imagen sea una construcción más falsa que un bolso Vuitton vendido en China no nos afecta, ni tampoco nos paramos a considerar que la luz no es natural, que la idea está basada en una escena por lo general sacada de la tradición pictórica (de ahí lo de pictorialista), ni mucho menos en que esta práctica atenta (tal vez habría que decir atentaba) contra los principios fundamentales del nacimiento de la fotografía. Nos gusta su belleza, esos cuerpos de mujeres blancas como cadáveres, lánguidas, realmente a punto de expirar. Nos encantan esos paisajes ya prácticamente imposibles. Nos resulta irresistible, finalmente, asomarnos a un mundo diferente al que habitamos, en el que no parece haber los problemas que vivimos a este otro lado de la realidad, en el que todo esta pensado para resultarnos agradable. Todo lo contrario que en la fotografía actual, tan preocupada por transmitirnos ideas, conceptos, situaciones que nos llevan inevitablemente a cuestionarnos todo tipo de asuntos y, por supuesto, a responsabilizarnos de ellos. Tan obsesionada con la no-belleza, con ofrecernos la parte cruel, vulgar, fea, de la realidad, tal vez la realidad misma y sin duda alguna de nosotros mismos. No, en la fotografía pictorialista nada de esto es así, la belleza, el orden, lo estático, prima sobre cualquier otra apreciación. Es decir, triunfa la falsedad.

Pero, ¿cómo asociamos falsedad y belleza? Tal vez porque todo lo bello tiene algo irremediablemente falso, sobre todo en el momento actual en el que la belleza parece ser una fórmula de laboratorio. La apariencia, siempre lo hemos sabido, no deja de ser una puesta en escena individualizada para una teatralización global de la existencia. En cualquier caso, seamos felices e inconscientes durante un rato y recreémonos en imágenes esencialmente bellas. No se preocupen, no tiene efectos secundarios.

La belleza parece expulsada del mundo del arte actual, decir de una obra de arte que es hermosa, bella, bonita, son hoy en día más descalificaciones que argumentos positivos. Y, si, parece que todo lo bello sea anacrónico, es decir: de otra época pasada, antigua. ¿Será la belleza algo antiguo? Realmente lo que la idea de belleza contiene ha cambiado mucho en poco tiempo, tal vez demasiado rápido, mucho más que nuestros propios gustos realmente, pues si no es difícil entender que una corriente como el pictorialismo fotográfico perviva más allá de 1920, fecha en la que este movimiento llega a su declive y práctica desaparición. Sin embargo hay que recordar aquí, aunque en los siguientes textos se explica detalladamente, que el pictorialismo fotográfico se inicia en torno a 1880 y significa la auténtica vanguardia del momento, sacudiendo los cimientos del orden establecido dentro de las artes visuales. El sueño de estos fotógrafos victorianos era que la fotografía fuese aceptada como una forma seria de arte, al mismo nivel que otras prácticas existentes. Es duro ver que hoy en día sus seguidores pueden ser tachados de antiguos y de ir en contra de la autonomía de la fotografía. Porque es cierto que aquellos que fuera de tiempo se empeñan en seguir corrientes vanguardistas que ya están claramente en decadencia, pueden llegar a ser simples pastiches, patéticas imitaciones de ellos mismos, y sin duda eso pasó a finales de la década de 1970, cuando proliferan los peores seguidores del pictorialismo. Sin embargo, hoy en día y paralelamente con cualquier otra línea creativa, vivimos un recalentamiento pictorialista. Son cada vez más los artistas jóvenes que se inclinan por esta tipología fotográfica, a despecho de modas y tal vez aupados por un mercado que sabe valorar y colocar rápidamente aquellos productos que mantienen elementos tradicionales y por ello más fácilmente aceptables por una burguesía acomodada. Y no se trata solamente de la reconceptualización del tableau vivant desde Jeff Wall hasta los miles de jóvenes fotógrafos que se empeñan en la construcción de inverosímiles puestas en escena, sino de la recuperación de un cierto tipo de belleza que sigue viva entre nosotros. Se trata de la reconsideración del cuerpo, de una visión todavía complaciente del paisaje, de una sofisticación de los interiores, intentado que lo vulgar pueda estar cargado de sensualidad y placer, que lo extraño sea atrayente, misterioso. Una reconstrucción de unas imágenes hechas para disfrutar, para ser contempladas con ensimismamiento, por el simple hecho de la búsqueda del placer.

Un tema de reflexión que podemos desarrollar a partir de la contemplación de esta imágenes pictorialistas es la hibridación que desde que surge la fotografía viene teniendo lugar en el mundo del artes visuales: la pintura influye en la fotografía, el diseño y la moda influyen en la fotografía, la pintura y la fotografía influyen en el cine, el cine influye en la fotografía, la fotografía influye en la pintura, el cine influye en la pintura… y entonces nace el vídeo. Es en el pictorialismo cuando más claramente se ve el origen de esa idea de que todo vale como origen, como semilla, como punto de arranque. Algo que ha sido esencial para la evolución del arte hoy en día y que sin embargo descalifica a muchos de los que lo practican, como fue el caso del pictorialismo en concreto.

Es obvio decir, y en las siguientes imágenes se puede ver claramente, que los pictorialistas del siglo XXI no son iguales a los del XIX, sin duda son mucho más arriesgados, más exuberantes y también más misteriosos pues sus claves de referencia son mucho más variadas, les influye una cinematografía que no existía entonces; una literatura mucho más elaborada; y tienen una capacidad técnica infinitamente más depurada y, posiblemente, un gusto más trabajado. También una perversidad mucho más agudizada. Son artistas que han iniciado su trabajo en momentos en los que la fotografía ya es indudablemente una forma artística más, sin complejos, se han encontrado con un mercado real que antes ni se podía soñar. En esta situación ellos se deciden a mirar hacia atrás o, al menos, mirar hacía otro lado. Y es el cuerpo el que más atrae esa mirada, el cuerpo dentro de unos baremos de belleza y autocomplacencia que se extrañan en cualquier otro lenguaje plástico de la actualidad; se empapan en la contemplación de lo aparentemente insignificante, en escenas imposibles, en escenarios extraños, dejan pasar el tiempo ante su mirada mientras contemplan el río fluir delante de ellos. En definitiva no parecen vivir en el mismo tiempo ni el mismo lugar que los fotógrafos que normalmente llenan estas y otras páginas de las publicaciones de arte actual. Y entonces nos damos cuenta que un desnudo de una mujer, con clara similitud a los renacentistas de ultima época nos parece obsceno, en una sociedad en la que el sexo y el desnudo está en todas partes, esta mujer que en su soledad se tumba desnuda nos produce una sensación inaudita de incomodidad. Ya no se trata del desnudo exquisito, lánguido y carente de morbo, sino en el desnudo real, del cuerpo de verdad. Esa otra forma de mirar la intimidad, la soledad, la belleza, la construcción de espacios para el placer más lento, alimenta esta fotografía que puede perder el tiempo porque se desarrolla fuera de él de una manera absoluta e irreversible para siempre . La diferencia entre estos y aquellos pictorialistas estriba en que aquellos se consideraban unos vanguardistas, innovadores y transgresores, mientras los de hoy son unos esteticistas un tanto anacrónicos y que buscan en territorios que no interesan a los más radicales. Tal vez lo que mantengan en común sea que los dos, de ayer y de hoy, están mal vistos por la crítica y los modelos establecidos, por la Academia que cada época define como modelo.

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