Revista de Occidente

Soledad Ortega y Victoria Ocampo. Una amistad heredada

por Marta Campomar

Revista de Occidente nº 348, Mayo 2010

Como vicepresidenta de la Fundación Ortega y Gasset de Argentina, fundada por Soledad Ortega en los años 80, considero que estos epistolarios que hemos consultado y comentado son un legado histórico importante que une a ambas fundaciones de uno y otro lado del Atlántico y que, como dejó dicho Soledad Ortega a Victoria, contribuyen a hacer perdurar la memoria de su padre entre las generaciones futuras.

La desaparición de Ortega en 1955 había dejado en Victoria Ocampo un vacío emocional y cierto desasosiego al recordar las traumáticas circunstancias en que se habrían marchado los Ortega de Buenos Aires en febrero de 1942. Según consta en la carta enviada a Máximo Etchecopar desde Portugal en 1943, la última estadía entre argentinos se le había convertido a Ortega en una verdadera pesadilla. Ya no tenía sentido intentar una docencia ante una sociedad que, secuestrada por los complejos de lo personal, con sus potencias espirituales trabadas por el conflicto bélico internacional y por su propia crisis interna, no iba «a las cosas». En materia docente su círculo de amigos liberales se desligaban de las exigencias ideológicas con que Ortega les impulsaba a posicionarse con mayor flexibilidad ante cambios sociales irreversibles. En este entorno le resultaba difícil entenderse con un público lleno de objetores en el cual sentía que para decir algo, solamente algo, tenía que renunciar a decir todo lo demás.

Una de las experiencias más irritantes era comprobar que su larga trayectoria docente era cuestionada por su cautelosa reticencia a jugarse de un lado o del otro en la contienda internacional, creándose en torno a su persona una ambivalente conducta social. Guillermo de Torre, colaborador de Sur, describía la última docencia orteguiana de «salvación equívoca»  [ 1 ] impregnada de cierto temor a exponer crudamente sus nuevos puntos de vista y en contradicción consigo mismo, sin poder el filósofo conciliarse con sus antiguas enseñanzas. Ésta fue la tesitura crítica que adoptó un sector influyente de la revista Sur, cuyos integrantes juzgaban a Ortega con dureza por no ser hombre de partido.

En esta etapa de su vida Victoria Ocampo lo calificaba de pensador excesivamente «discreto»; callaba por pura discreción porque sabía que las cosas de España no eran bienvenidas. Opinaba Victoria que «Ortega era exageradamente discreto, pues a veces ciertos malentendidos nacen de un demasiado hermetismo en el callar. Apreciaba la discreción en los demás. Y al amoldarse uno instintivamente a esa manera de ser, o más bien dicho al reciprocarla acaba uno por cohibirse un poco» [ 2 ] .

El mensaje incluido en estas palabras de Victoria publicadas en un artículo en Sur de 1956, que formaron parte en 1955 de un homenaje a Ortega en la Universidad de la Plata, adquirían un cierto tono de autoconfesión y sinceramiento cuando ya habían asado los eventos que dividieron el mundo entre 1939 y 1942. En la tensa situación de esos años bélicos, un roce de la revista Sur con una revista nacionalista de derechas, Sol y Luna, donde participaba Máximo Etchecopar en defensa de la porción de herencia española radicada en la identidad argentina, derivó en que Ortega retirara su nombre de los colaboradores fundacionales de Sur. Victoria aceptó el gesto a regañadientes.

Entraría el séquito de Sur, y por consiguiente su fundadora, dentro de esa pesadilla que Ortega intentó erradicar de su mente retornando a Europa en 1942, poniendo fin a su docencia argentina en los albores de una gran transformación nacional. Desde el diario La Nación, él habría advertido como inminente el resurgir del populismo de masas que había quedado a la deriva, confirmándose su pronóstico de que el país, a pesar de su éxito económico y del liberalismo dogmático de las elites terratenientes que no sabían convivir con los dioses del consenso, carecía de una creencia común. No tenía resuelto lo que Ortega denominaba su «vigencia colectiva», su ecuación de nivelación social, ni el tema de la concordia política ciudadana. En tiempos de guerras en que se volatilizaban las ideas, y las pasiones y las banderas políticas radicalizaban la sociedad, se generaron rencores y discordias sociales que afloraron en la década peronista.

Habría que dejar en claro que Ortega nunca se inmiscuyó en la libertad de expresión de la revista de Victoria, pero en esta ocasión se sintió agredido por las insinuaciones de que el intelectual debía jugarse por «la libertad», que hacían ver su posición de neutral espectador de fenómenos sociales como una actitud de objetividad distanciadora reprobable. Ésta sería la opinión de Leon Dujovne en 1968 a la hora de evaluar la concepción de la razón histórica en la obra de Ortega [ 3 ] .

Como le confiesa Ortega a su amigo Lorenzo Luzuriaga [ 4 ] , con quien compartía el exilio en Argentina, en lo personal se mantenía en un expectante silencio, aunque públicamente predicaba la necesidad de una concordia sustantiva para los argentinos, quienes ofuscados por lo que ocurría en Europa se desentendieron del mensaje que presagiaba Ortega en su docencia de despedida. Esos nubarrones sociales que crecían dentro de la república (como en tiempos del Imperio romano), y que se harían sentir en la historia argentina a partir de 1943 con el triunfo del peronismo, eran una realidad bien presente en la mente de Ortega. El precio de esta disociación social lo pagaría Victoria Ocampo. Se manifiesta claramente en el intercambio epistolar con Soledad Ortega, a quien la escritora argentina confesó sentir una hipersensibilidad y rechazo ante el populismo peronista.

Con los años, Victoria admitió en su biografía que en la última etapa de su relación con Ortega habían interferido tiempos desapacibles de desentendimiento mutuo. La guerra civil española y la segunda guerra mundial habían dejado entre ellos una cierta disconformidad de opiniones que revelaba, sobre todo por parte de Ortega, el desgaste y desencanto con la sociedad argentina, lo que dejó en la conciencia de Victoria un profundo malestar y el temor a reencontrarse con la mirada acusatoria de Ortega, que pudiera poner fin a su larga amistad. No obstante, al pasar ella por los mismos avatares de Ortega durante la persecución peronista, recordó el estado de ánimo del filósofo en 1941 y se identificó con su profunda desazón moral al vivir la persecución y el ostracismo en carne propia.

Ortega moría en octubre de 1955, cuando ya Victoria había experimentado su pesadilla, con Sur intervenida por el peronismo, su correspondencia privada desperdigada tras un allanamiento domiciliario y tras verse obligada a pasar un periodo en la cárcel de mujeres meditando sobre San Juan de la Cruz. Victoria lamentaba que por no tener su pasaporte autorizado para viajar al extranjero no había podido reencontrarse con Ortega ni estar presente en su despedida final. Pero sucedió que a raíz de su desaparición, en 1956, se produjo otro encuentro en su vida, el de la «amistad heredada » con Soledad Ortega, quien en 1975, en carta privada a Victoria, la define como «lo mejor que me ha caído en suerte en esta vida» (6-8-75). Para Victoria habría sido un enorme alivio interior volver a retomar lo que quedaba de Ortega en su familia a pesar de que existía entre su hija y ella una brecha generacional que no se interpuso en su recobrada amistad.

Soledad recordaba en sus cartas las visitas de Victoria a su padre en España siendo ella una jovencita. Tenía vagos recuerdos de la presencia de esta gran mujer en la vida de su padre. Pero por ser de otra generación no habría compartido esa presencia hasta que su curiosidad la lleva a reiniciar un intercambio epistolar con Villa Ocampo en 1956. Al encontrarse depositaria de los archivos familiares, entre los cuales se conservaba la correspondencia íntima de Victoria con Ortega, ella intentó reunir el material epistolar completo tomando la iniciativa de escribirle a Victoria, quien acababa de publicar en Sur un artículo titulado «Mi deuda con Ortega». Este conmovedor testimonio personal, lleno de recuerdos íntimos, salpicado de ciertos comentarios críticos, a Soledad le pareció un valiosos testimonio expresado «desde un sentimiento auténtico... y maravillosamente bien escrito» (Castilleja 25-10 56). No le quedaban dudas al leerlo de la enorme trascendencia de esta amistad en la vida de su padre. Según transmitía el texto de la directora de Sur, citando a Julián Marías, a partir de la premisa de Ortega desde su razón histórica, la vida es lo que «hacemos y nos pasa»; «a mí», confiesaMarías, «como a tantos otros- me ha pasado Ortega», un Ortega que ahora todos perdían. Con esta misma sensación de vacío interior Victoria añadía: «Yo soy de aquellos a quienes les ha pasado Ortega. Y ahora lo pierdo en el momento en que contaba con volver a encontrarlo, después de la travesía de tiempos difíciles; tiempos que cada uno de nosotros ha vivido y sufrido a su modo. Los tristes azares de una vida que no era sólo él, sino él y sus circunstancias, que no era sólo yo, sino yo y mis circunstancias, nos habrían retenido materialmente en países distantes; prisioneros cada cual a su manera de su visión del mundo, de su interpretación de los acontecimientos, y de esta época dislocada a la que se aplica tan bien el grito de Hamlet: "The time is out of joint"».

Lo que Victoria no puede olvidar de la amistad y deuda con Ortega son los momentos desapacibles entre guerras que le dejaron vivo en su memoria aquel mundo torturado y torturador, en palabras de Ortega, que hizo imposible, como diría Victoria, el tratar de devolverle un «orden vivible». Rememoraba Victoria lo que había señalado Ortega desde su Revista de Occidente en 1923, en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, que «muchas gentes sienten la perturbadora invasión del caos en sus existencias», por causa de la ingerencia de la política que se iba a apoderar del mundo, pasando a convertirse en el casi único tema de los tiempos venideros. Comentaba Victoria que esta obsesión por los cambios mundiales que empujaban a las sociedades hacia fórmulas radicalmente diferentes al siglo fundacional de la Argentina, era lo que más preocupaba a Ortega. Antes de la creación de Sur, él la animaba a sumirse en los problemas transformadores de una sociedad de masas en ascenso, las mismas que conformaron el peronismo y que años mas tarde descalificarían su revista calificándola de elitista y «extranjerizante».

A nivel personal, en este artículo del 56, Victoria destacaba la importancia del intercambio epistolar con Ortega, legado que ella conservaba cuidadosamente como «precioso testimonio de nuestro tiempo». Eran las cartas las únicas alhajas valiosas que viajaban en valijas de un domicilio a otro durante la «dictadura» peronista. Su comentario amargo en plena revolución libertadora que derrocó a Perón es que «quería protegerlas del posible vandalismo y de las miradas sucias que hurgaban en todos mis cajones». Consciente del valor de este material histórico ella conservaba celosamente estas cartas que ahora Soledad Ortega, amistosamente, deseaba recopilar para completar los archivos de su padre, cuidadosamente apilados en un cuarto de su residencia de Alfonso XII.

Lo importante para este intercambio entre dos mujeres destacadas en la vida de Ortega, es que Soledad pudo detectar en este homenaje a su padre en Sur las primeras impresiones del gran impacto entre el joven Ortega y la «Gioconda austral» en 1916. Lo que narraba Victoria confirmaba lo que ella ya sabía de los círculos de elite argentinos, que desconfiaban de todo lo que venía de la Madre Patria. Victoria en esta ocasión reconocía que la sola presencia de Ortega había alumbrado toda una parte de su ser hispano de profundos gustos afrancesados, encaminándola desde su limbo deformante hacia la inmersión en el genio español donde convivían García Lorca y Falla. Soledad por su parte, en la carta que le envió desde Castilleja (25-10-56) escrita al calor de dicha confesión, rescataba precisamente este vínculo, puntualizando que «como Ud. misma dice que a través de mi padre conoció España; así que a través de su recuerdo no debe Ud. perder contacto con ella; aunque sea así en una visita familiar».

Quizás lo mas relevante de este artículo sobre la deuda de Victoria hacia Ortega, escrito en ese estilo confesional y personalista característico de los testimonios de Victoria y que revela su mejor estilo como escritora, es que ella admitía que también este legado, el literario, se lo debía a Ortega, a ese ímpetu vital, entusiasta y generoso, cuyos beneficios ella fue de las primeras en recoger en Argentina. Explícitamente menciona el sonado artículo de El Espectador sobre Azorín [ 5 ] , donde ella recibió pruebas del afecto de Ortega, de su interés por sus inquietudes culturales, recordando a su vez que había hecho su debut en las letras desde Revista de Occidente.

Otro aspecto que rescata en sus memorias son los distintos ritmos generacionales entre ella y aquel joven filósofo español que la deslumbró intelectualmente. Recordaba con precisión el apetito devorador por verlo todo y oírlo todo que sentía en aquellos años después de una larga ausencia de Francia, su país predilecto, que no era el de Ortega.Mientras él ocultaba su esencial vocación y auténtico credo, que era la filosofía, alegando que no se apresuraba a adelantarla a las narices de la gente que vivía del aire insólido, se dio cuenta de que esta mujer silenciosa que le observaba desde un rincón del salón no era la típica frívola dama de sociedad. Ante sus ojos tenía a una mujer enigmática que le entendía hasta lo más profundo de su ser.

Estas reflexiones del epistolario con Ortega que Victoria desde Sur revelaba ante el mundo, no eran solamente biografía personal, intimismo puro.Mostraban partes sustanciales del modo de ser orteguiano, de su actitud como intelectual, y lo decía en 1956 ante una opinión pública de derecha nacionalista que lo tenía censurado en España, mientras que desde la izquierda se le tachaba de totalitario. Insinuaba Victoria que la nefasta política habría interferido en la apreciación de un filósofo autóctono, fiel a todo lo hispánico. Y recordaba cómo años más tarde la profunda depresión que padeció en Buenos Aires en el año 41, visible en el epistolario entre ella y Ortega, en que él le confesaba que se le habían derrumbado todas las bases sobre la que posaba su existencia, con la advertencia de que a ella le podría ocurrir lo mismo, había sido una premonición que Victoria admitía se había cumplido en su vida.

Responde Soledad ante tanta honestidad y fidelidad a la memoria de su padre con un gesto de amistad. En su condición de archivera domiciliaria le escribe a Victoria diciéndole que intentaba mantener vivo ese legado epistolar que ella desplegaba con un tono de autoconfesión en su artículo de Sur y que emergía espontáneamente de su estado de ánimo ante la pérdida de Ortega. Sus recuerdos servían para rememorar ante los españoles quién había sido Ortega como persona, como escritor filósofo y como español. Esta enorme responsabilidad recaía sobre los hombros de Soledad en una España nacionalista en la que su padre aparecía como pensador sospechoso por su pertinaz laicismo en tiempos en que se conmemoraba oficialmente el centenario de Marcelino Menéndez Pelayo, momento en que recrudeció el anti-orteguianismo clerical y falangista para contrarrestar le incipiente movilización de apertura democrática que habría surgido del entierro de Ortega.

En las cartas de Soledad se encuentra bien trazado el ambiente de frustración intelectual que se vivía en España, cuando le comenta a Victoria que a raíz de la guerra española mucho material de su padre hubo de ser quemado por familiares o fue destruido por sabotajes a los hogares. Una carta desde Suiza (15-7-60) da fe del contraste que en la mente de Soledad existía entre la situación de un país libre y civilizado con otro cultural e intelectualmente muerto como era la España de Franco. «Y no digo enterrado porque quizás eso no pueda decirse nunca de un país donde de vez en cuando surgen seres sorprendentes o se hacen cosas insospechadas. Pero sólo por eso deja uno de decirlo». Entre esas cosas insospechadas que emergen sorpresivamente Soledad narra el efecto de la muerte de su padre: «Hace cinco años, después ya de diecisiete años de acabada la guerra civil y de esta situación, nos parecería a todos, y a mi padre como a los demás, que el país no podía estar más muerto ni más aplastado. Y sin embargo aún había algo que se patentizó en el sobrecogimiento que produjo la muerte de nuestro padre, palpable hasta en la calle, y en una especie de reacción cálida que parecería que iba a abrir algún camino. Pero todo quedó ahogado y murió sin dejar ni ese deseo de reaccionar que aún quedaba en algunos sectores del país. Y yo no me refiero casi ni a la política, que no existe, ni a grandes cambios políticos en los que nadie cree, sino a una aspiración a que el nivel de la vida nacional no quede definitivamente estancado tan abajo. Esto es lo peor. El total encanallamiento del país. Que hace innecesaria la dureza; y en definitiva la dictadura hoy por hoy no es dura... no hay censura epistolar pero nada en actos públicos, nada en la prensa. Y en el fondo todo el mundo vendido a la situación, todo el mundo entregado. Veinte años de dictadura son muchos años».

Esta carta marcaba el impulso con que Soledad comienza su labor de archivera familiar, con el propósito de publicar un libro con fotos de su padre, que luego se plasmaría en Imágenes de una vida. Intercambia cartas con Victoria al respecto. Victoria le pide si de lo mucho inédito que dejó su padre no se podría enviar algo a Sur. Ella estaría por viajar a Washington y le urgía una respuesta a esta petición (25-10-59). Animada por Soledad, quien le habría escrito una larga carta sobre la necesidad de publicar memorias, sobre todo en el caso de una persona que había conocido tanta gente interesante, y que con tanta sensibilidad y curiosidad era capaz de saborear la vida, Victoria le otorga un espacio a esta propuesta que involucraba reordenar miles de cartas personales. Soledad hasta se ofrece de mecanógrafa para la tarea: «verá Ud. que inyección de Memorias le ponemos aquí». Admitía Soledad que a su padre no le dio tiempo para organizar sus Memorias, pero «recorrer las de Ud. le hubiera resultado una delicia» (15-11-60)

Este intercambio mueve a Victoria a rememorar incidentes sobresalientes en la vida criolla de Ortega, entre ellos su visita a casa de su padre Manuel Ocampo, quien quedó deslumbrado por su inteligencia. Victoria en esta etapa tenía necesidad de explicarle a la hija de Ortega cómo había sido ese famoso flechazo del 16. Describe detalladamente dónde se conocieron, su timidez inicial y cómo se deslumbró al escucharlo. Su comentario es que «cuando pienso que han pasado 43 años de esto, me da casi miedo. Me parece que estoy asomada a un torre de años, y que me voy a caer "pendant l'eternité"». Y añade un detalle generacional efusivo: «Soledad ¡no habías nacido, entonces! Y qué suerte ha sido que nacieras. Pues no te imaginas con cuánta alegría he leído tu carta, una especie de bienestar en el corazón» (3-11-59). Asegura que le gustaría ir a Madrid para verlos a todos y para preguntarles muchas cosas y saber más de todos esos papeles que están en manos de Soledad, pero de momento Sur la tenía atareada y además proyectaba un viaje a Francia.

Finalmente, Victoria accede al intercambio de cartas en un encuentro con Soledad en París en el verano del 62. En otra carta escrita en francés desde esta capital el 11 de agosto de ese mismo año, le da a entender a Soledad que antes de darle a leer las cartas de su padre que ha guardado, es necesario enmarcarlas dentro de las circunstancias en que se escribieron en 1917.

Se conocieron por medio de Ángel Estrada y en lo de Julia Vergara de Del Carril en el viaje del 16. En este primer encuentro ella le cuenta que estaba pasando por un verdadero purgatorio matrimonial, arrastrando una desastrosa relación con su marido Mónaco Estrada, sin poderse divorciar de él por que «il n' y avait pas de divorce chez nous». Sus padres hubieran sufrido mucho con la separación y ella no quiso aumentar el sufrimiento de su padre, a quien acababan de amputarle una pierna. En 1913 había conocido en Roma al primo de su marido y se enamoró perdidamente de él. Victoria relataba estos eventos antes de que saliera su biografía, contándole confidencialmente a Soledad cómo vivía entre la felicidad y la angustia, cómo experimentaba un verdadero drama personal cuando se topó con Ortega. Le aclara a su hija que su relación «était concentré sur le coté intelectuel, le coté sentimental de ma vie étant occupé».

En esta encrucijada, su padre le escribió cartas apasionadas que le sirvieron de tónico espiritual aun cuando él sabía por Julia que ella tenía un amante. Lo que no evitó que antes de partir para España cometiera un gran error de indiscreción. Le envió una carta donde le cuestionaba la relación con X (Julián Martínez Estrada), cosa que le cayó a ella muy mal. Era entonces una joven apasionada, y no podía permitirse aceptar una infidelidad hacia X, a quien Ortega casi no conocía. Su reacción fue violenta; no respondió a sus cartas desdeMadrid, intentando cortar con la relación. Esta decisión añadía otro drama personal a su vida, dado que había sido Ortega quien la alentó a penetrar en el mundo de las letras. Romper este vínculo suponía para ella perder este gran aliado y privarse de una gran amistad intelectual. Con los años las cosas volvieron a su cauce normal y pudo retomar la amistad con Ortega, a quien ella asegura que no había dejado de admirar. Por su lado, él había sido extremadamente generoso con ella publicando en El Espectador trozos de una carta en francés que incluyó en el artículo sobre Azorín, y más tarde su ensayo sobre la Divina Comedia en Revista de Occidente, gestos con que ella se consideró honrada. Nada dice en esta carta sobre el epílogo de Ortega a su ensayo del año 24, con el cual tendría serias discrepancias sobre asuntos feministas. Da a entender Victoria al concluir su carta a Soledad que ésta era la historia de la amistad entre ella y su padre, el trasfondo a las cartas que ella le entregaría para leer. Su comentario final es que creía conveniente adelantar ciertas pautas para su mejor interpretación y para que no suscitaran desentendimientos familiares.

Victoria se hospedaba en París en el Hôtel de la Trémoille. Su encuentro con Soledad resultó ser un gran alivio personal, una sensación de haber recuperado una amistad perdida en circunstancias difíciles. Le confiesa que está encantada de conocerla a pesar de la diferencia de edades, comentando: «podría ser tu madre sin la menor dificultad ¿no?» (carta s.f.). Desde lo más hondo de su corazón invita a Soledad a pasar un tiempo con ella en su casa de San Isidro o de Mar del Plata, con todos sus papeles. La pregunta a esta minuciosa archivera familiar acerca de si podría ayudarla en la organización del material epistolar aparece reiteradamente en los epistolarios. Le dice con franqueza: «¿No podría yo encargarte oficialmente de ayudarme a ordenarlos o algo por el estilo?»

Victoria se preocupa de averiguar si en Madrid quedaba algún ejemplar de Testimonios y del ensayo De Francesca a Beatrice. Y mientras Soledad reorganizaba los papeles de su padre en busca de dicho material, le comentaba a Victoria que cuando en Madrid regañaba a su padre, rodeado de papelería, éste le respondía: «es que tú tienes el orden geométrico, y yo tengo el orden vital» (29-10 59).

Durante los años 60 la amistad epistolar entre ambas mujeres continúa en este estilo distendido. Victoria le confiesa a Soledad que «desde luego, has heredado el cariño que sentía yo por tu padre. Pero no lo hubieras heredado si no fueras heredera de él en otro sentido también. Sin embargo hay otra "nuance" distinta: en lo que se refiere al problema de ser mujer. Creo que nos entendemos mejor por haber compartido (cada una a su manera) una misma experiencia» (15-8-62). En otra carta desde Londres (28-8-62) le confiesa que el mayor acontecimiento de este viaje había sido el haberse encontrado con Soledad: «No te imaginas el bien que me ha hecho. Me gustaría conversar de todo eso. Lo que menos pensó tu padre, y lo que menos se me ocurrió a mí cuando lo conocí, y durante nuestra amistad (no siempre pacífica), era que me daría él, indirectamente, algo muy precioso: una hija-amiga. Esto sé que no es de España, ni de Argentina. No sé de dónde será».

En este mismo tono de amistad recobrada le escribe a Soledad desde Estados Unidos «under the dryer» (bajo el secador de pelo de Bergdorf's) comentándole que esta clase de cosas cotidianas e informales le divertían a su padre. «Y sabes, encuentro que a veces dices cosas que parecen dichas y pensadas por él. Con la misma gracia» (20-9-62).

Las cartas de Victoria cuando pierden su formalidad saltan del inglés al francés o al castellano como si su mente navegara con más facilidad en lengua extranjera para precisar ideas. Muy pronto en la relación ella comparte con Soledad sus impresiones de París, Londres, Nueva York, los personajes con quienes intercambiaba ideas, libros y eventos culturales. Éste era su mundo favorito, pero tampoco dejaba de comentarle el lado oscuro de la vida; su depresión ante los acontecimientos vividos por los argentinos, que en los 60 se encontraban atrapados entre la masa peronista proscrita y unida a la minoría comunista bien organizada, y generales como Eugenio Aramburu, que se le oponían sin considerar capitulaciones. En este escenario que Ortega había previsto, ella se preguntaba cínicamente: «¿para que sirven los partidos divididos?». Lo lamentable a su entender era que durante estos años el país había retrocedido sin reconocer errores.

En otra carta de 30 de septiembre del 62 es más explícita sobre la situación nacional, mostrando su angustia al captar las opiniones de Estados Unidos sobre esas republiquetas hispanas entre las cuales estaría Argentina («a poor cousin of the europeans», al entender de Tannenbaum, un articulista norteamericano de la Columbia University para quien los latinoamericanos habían quedado marginados en lo económico, lo militar y de la política mundial). Le preocupaba a Victoria que la presencia de Fidel fuera lo único que les ponía en el centro de los «world affairs».

Victoria se siente molesta ante tanta depreciación, pero más le duele como argentina, el verse incluida en la cultura «quijotesca» hispana, que según el celebre articulista seguía narcisísticamente preocupada por su destino irresuelto y la herencia caciquil hispano-colonial vigente en provincias. Solamente estas cuestiones pendientes de un pasado utópico parecían darles a estas repúblicas hispanas «a sense or moral purpose».

No se resigna Victoria, como muchos de su generación de gustos afrancesados o anglófilos, a ver a su gente reducida al nivel del resto de las «republiquetas» hispanoamericanas. Le confiesa a Soledad que para el sajón caen todos en la misma «volteada», sin distingos; eran naciones latinoamericanas haciéndose sin rumbo. En cuanto a la situación interna de Argentina le da a entender que «el médico de familia», como se llamaba a Aramburu, no era la solución. Aun teniendo cierta probidad, no sabía si estaría a la altura en los momentos políticos turbulentos.

Victoria le confiesa a Soledad que el verdadero dilema se encontraba en el peronismo, en su existencia. Si bien era necesario tener en cuenta a este partido, o mejor dicho a la masa que por una razón u otra era peronista, se preguntaba Victoria cómo se la cambiaba, cómo se la conducía sin el mito de Perón. Éstas eran sus grandes dudas, admitiendo que simpatizaba con el general Aramburu. Es interesante que Victoria compartiera estas inquietudes con la hija de quien escribiera La rebelión de las masas y muchos otros textos en que Ortega presagiaba los peligros de las masas a la deriva en los años previos a la llegada de un líder. En aquel entonces nadie lo escuchó. El entorno de Guillermo de Torre, que calificara desde Sur la última docencia de Ortega de «ideaciones no bien trabadas», embestidas contra sombras, no supo reconocer la penosa realidad popular que fermentaba en el tejido social argentino y que luego haría eclosión en el horror de los años 60 y 70. Esta vez les llegaba a estos intelectuales la hora de la complicidad y del silencio, de ese mismo silencio por el que habrían tachado a Ortega de totalitario o alejado de la realidad circundante.

A Victoria la política le producía malestar, a pesar de que en tiempos del exilio de Ortega permitió a sus colaboradores, en nombre de la libertad, inmiscuirse en ella desde su revista, declarada «neutral» y apolítica. En este contexto le preocupaba el desafío de tener que encararla en sus Memorias, esfuerzo que requería seleccionar qué dejar fuera o qué incorporar del pasado, confrontando un juego político de resultados traumáticos a la vista, y para no herir susceptibilidades de quienes la habrían integrado en momentos dolorosos de su vida. La razón narrativa de Ortega, que incluía el cómo encarar la presencia íntima del otro que comparte una vida o quizás disidencias ideológicas admisibles, era un verdadero dilema moral de elección que a Victoria le costaba resolver. Expresa su deseo de que Soledad opine al respecto. No cree Victoria en los años 60 que en Sudamérica hubiera público para este género confesional. A la vez se muestra extremadamente cuidadosa de su material epistolar como testimonio de una época, reclamándole a Soledad que le explique qué pasó con las cartas de su padre, añadiendo el comentario puntual de «mirá que son mías...». Además le exigía copias de sus cartas a Ortega, como era lo convenido. En otro momento reclamaba una carta del exilio que era muy especial y parecía haberse perdido cuando recibió el paquete de cartas desde Madrid. Ella era consciente de que este tipo de material del exilio seguía siendo en tiempos de censura franquista material sensible, pero no se resignaba a perder estos valiosos testimonios de su crecimiento intelectual junto a Ortega. A diez años de su desaparición, en el número de Sur de septiembre-octubre de 1965, vuelve a publicar partes del epistolario que contenían las «escaramuzas» que pudo tener con Ortega y no habían alterado el afecto que les unía. Era una manera de tenerlo presente, añadiendo el comentario de que les dejaba a los hijos de Ortega el cuidado de publicar estos epistolarios completos.

A lo largo de los años, Victoria involucra a Soledad en su esfuerzo por recopilar su biografía, y le dice que le hace muchísima falta su presencia al emprender esta tarea en la que estarían en juego reputaciones como las de T. E. Lawrence, Drieu La Rochelle, Keyserling, Ortega, Huxley, Virginia Woolf y otros ya desaparecidos. Admite que le resultaron mas sencillos y simples los recuerdos de infancia y adolescencia del epistolario familiar, pero con otras personalidades mas complejas ideológicamente se sentía insegura y con desgana para seguir adelante. Por otro lado, quería publicar las cartas íntimas con Ortega, sobre todo las del 17, pero le preocupaba incurrir en una falta de modestia y por pudor intentaba que el lector que las leyera no se escandalizara, ya que «todas las cartas de tu padre son lindas y espero algún día se publicarán tal cual las escribió» (8-8 65).

Durante los 60 los Ortega retoman Revista de Occidente y Soledad emprende otro gran proyecto: la publicación del epistolario de Benito Pérez Galdós. Este legado se lo había entregado Pérez de Ayala durante la guerra. Era de un valor incalculable para los estudiosos del siglo XIX y para ese gran regimiento de investigadores galdosianos del hispanismo internacional. Le cuenta Soledad a Victoria (15-11-60) que Galdós se revaloriza enormemente fuera de España. Representa lo mejor del resurgimiento de la literatura española en la Restauración, sin el que no hubiera sido posible esa otra venerada generación del 98, como tampoco la generación de su padre. Ella cree que a pesar de que en España no pasaba nada intelectualmente, era importante publicar estos testimonios para desentrañar la cultura e historia de su pueblo. En esa petite histoire que eran los epistolarios, en la cotidianidad, los genios aparecen más humanizados y sus personalidades más ricas y complejas. En ellos se pueden vislumbrar, entre chismes y dimes y diretes, formas de ser y pensar de la generación de su abuelo, Ortega y Munilla.

Soledad, ante Victoria, se declara entusiasta de la literatura española, «ya que de tantas otras cosas no puedo serlo». Ella es consciente de lo poco que se conoce esta literatura e intuye acertadamente que por medio del hispanismo anglosajón se podría divulgar sus méritos, aun sabiendo que aquél hace un uso selectivo y manipulado de los autores. Su perspicaz comentario es que «pienso que a pesar de todo el hispanismo que ha cundido por la universidades americanas (que conozco un poco a través de los emigrados españoles y de los jóvenes que van a trabajar allí, como mi sobrino) no se trata en justicia nuestra Historia de la Literatura». Se queja de que solamente Dante cuenta entre los poslatinos, puntualizando que no se le podría restar importancia a Cervantes, sin el cual no existiría la literatura de los españoles, pese a lo cual el hispanismo de los Colleges seguía en aquel entonces prescindiendo de él.

Soledad, con fino tacto y ante Victoria, en relación con literatos de todo el mundo, deja caer sutiles comentarios sobre ese fenómeno llamado «hispanismo» extranjero, sobre todo el anglosajón, que dejaba fuera grandes a porciones del pensamiento español por no considerarlo «liberal». Con gesto entre irónico y amable le transmite a Victoria, poco conocedora de la literatura española, cómo era el exceso de admiración de este sector hacia Galdós, sobre todo en la recreación de sus mujeres. Más adelante, en el 75, habiendo ya publicado el epistolario y ampliando su opinión al respecto, dirá que se hablaba de Galdós con «mezcla de orteguianismo y feminismo », como si el novelista canario se hubiera dedicado a la liberación femenina tan cara al anglosajón. Ella no creía que Galdós se hubiera planteado semejante propósito al crear su extensa galería de tipos femeninos decimonónicos.

Desde su rol de conservadora de archivos, Soledad anima a Victoria a la conservación y publicación de los suyos, tarea agobiante para Victoria, que pensaba que Soledad era la persona adecuada para evaluarlos. Ella estaría cerca y a la vez a distancia, para ser objetiva en sus apreciaciones. Pero además Soledad asumía otra misión importante, como la de su padre, el mantener firmes los vínculos con Latinoamérica y la cultura hispánica en general.

Curiosamente será Victoria, la más afrancesada y anglófila de sus correspondientes, la que despertará en Soledad esta necesidad. Su cariño filial por Victoria la capacitaba para la tarea de intercambiar ideas con esta gran mujer, que, como su padre, no podía quedar ociosa. Prendada de la personalidad de Victoria, Soledad conserva esa amistad heredada, unida por un hilo invisible para emprender esta labor hispanizante. Considerando a Victoria una mujer de mundo inteligente, podía imaginar el impacto de su personalidad en hombres como su padre, atraídos todos hacia ella como por un imán. En carta desde Castilleja (22-8-62) dice comprender cómo su padre «debió sentir por ti mas entusiasmo quizás que por ninguna otra mujer». Le interesaría analizar este fenómeno de atracción vital porque incluía esa capacidad de comprender y entender de hombres que su padre habría indicado como rasgo esencial de la criolla.

Estos pensamientos le vienen a la mente cuando topa con la realidad de los sentimientos de su padre no sólo en sus cartas sino también en textos desperdigados por sus obras y en periódicos argentinos donde desarrolló una parte integral de su Cultura del amor. Soledad comprendió desde su amistad con Victoria la decantación de los sentimientos de Ortega hacia el fenómeno de la mujer criolla que formó parte de su vasto y desconocido pensamiento hispanoamericano. Con intuición, completó los textos sobre el amor en la edición de El Arquero de 1988 consciente del rol que habría desempeñado Victoria en esta zona vital de la filosofía de su padre. Y lo que tampoco podía faltar era el asunto candente del feminismo internacional, con el cual Soledad tomo contacto por medio de asociaciones de mujeres norteamericanas.

Entre 1970 y 71, Victoria dedicará a la mujer un número de Sur en el que colaboran Victoria Kent del lado republicano y Manuela Carmen Castrillo por el lado franquista, quejándose la primera de esta intervención en la que se cita el libro sobre la mujer española de la condesa de Campo Alange, donde Victoria Kent figuraba como socialista o comunista. Victoria recibe una fulminante carta de la Kent negando estos calificativos y ante este lío Victoria pregunta a Soledad qué debe hacerse para rectificar estos errores históricos de los que se quejaba V. Kent. Soledad responde con una carta (17-11-71) en que se responsabiliza por el incidente defendiendo a la joven abogada Castrillo, compañera de Pepito del Colegio de Jimena Menéndez Pidal y casada con un profesor de la «Insti». Soledad no la asocia con el falangismo de la postguerra, aun cuando admite que pudiera haber esos errores en los datos recogidos de los que se quejaba amargamente V. Kent [ 6 ] .

Desde la España franquista, Soledad evaluaba los cambios generacionales y la situación de la mujer española encerrada en un sistema ancestral, atada a quehaceres domésticos que denotaban un gran atraso en la situación de la mujer en el mundo. Ella, por otro lado, presidía la única rama avanzada de las mujeres universitarias a nivel internacional. Este puesto la lleva a viajar y la pone a la altura de Victoria a la hora de analizar las ideas de su padre sobre la mujer española. Por lo visto él culpaba a la mujer por su condición de atraso, mientras Soledad sostenía lo contrario. En una carta (15-7-60) le comenta a Victoria: «¿No sabe Ud. que mi padre y yo sosteníamos una eterna discusión que la muerte ha interrumpido sin llegar a la solución? Él solía meterse mucho con la mujer española a quien cargaba con no pocas culpas del desastre de nuestro país. En fin, que venía a decir en resumidas cuentas que las mujeres españolas éramos bastante brutas. Yo le daba la razón, pero le decía que lo éramos quizás, porque los hombres españoles nos habían querido siempre así». Según Soledad, cuando una mujer española salía a la vida con un poco más de espíritu se le pegaba como a los guiñoles un garrotazo para que volviese a sumergirse en el tenderete. Entre ambos llegaban a la conclusión de que se trataba de un círculo vicioso en el que no se sabía quién tiraba la primera piedra. Pero lo que reconocía Soledad es que su padre, que con Victoria habría tenido serias diferencias de opinión sobre el tema, era, aunque entusiasta de la mujer, «como buen español» un antifeminista nato.

La cuestión femenina unió estrechamente a Soledad y Victoria en torno a la discusión sobre los derechos de la mujer. En Argentina, Victoria se vio opacada en los 50 por el mito de Eva Perón. En los 70, con el retorno del peronismo, vuelve a ser conflictiva su persona, con lo cual Soledad le recomienda sumergirse dentro de sus Memorias. Aunque esto pueda calificarse de «escapismo» Soledad cree que, en un presente tan ingrato, ella tiene derecho a esa fuga hacia su interior. Inconscientemente preconizaba el «ensimismarse » de Ortega en tiempos de crisis, haciéndose eco de las palabras de su padre en similares condiciones, quien habría dicho en Argentina en el 40 que eran tiempos de catacumbas para salvar algo.

La realidad circundante argentina, con la guerra sucia que le tocaba vivir a Victoria en su país, era para estas mujeres lúcidas un presente negativo, condenable. Ambas sentían repugnancia y hastío hacia el mundo que les rodeaba, dándole a entender Soledad a una Victoria desanimada en una serie de cartas (23-11-74 y 10-11-75) que quizás la experiencia de la postguerra sirvió a los españoles para comprender mejor el trance por el que atravesaba Argentina. La capacidad del español para lo esperpéntico, que Valle Inclán habría reflejado en su Ruedo Ibérico, les permitía entrever lo alarmante y monstruoso del periodo argentino. Soledad anima a su amiga, que va entrando en la fatiga de la vejez, diciéndole que «se hacen las cosas... porque algún día, en algún futuro tendrán sentido que se hayan hecho, servirán para algo, existirán unos seres para quienes esa herencia que hay que salvar, será valiosa» (22-12-74).

Proféticamente Soledad anticipaba el gran cambio que sobrevendría con la muerte del Generalísimo en una España lista para la democracia en la que ella tendría gran protagonismo. Mientras tanto, observa cómo los últimos años de Victoria se hunden en el primitivismo de las masas enfrentadas, y en el regodeo de los peores mitos nacionales de una cultura militarizada. Soledad sacaba a la superficie aquella conexión que su padre había detectado entre la España invertebrada y la Argentina individualista, populista y caciquil, sin vertebración en sus estamentos, sin federalismo o unidad social posible. Su comentario perspicaz es que la herencia hispana, «la locura inveterada de mi país», con sus caudillos exaltados de historia patriotera y vocación de destrucción, habrían alcanzado a la Argentina. Tanto a la izquierda como a la derecha, la voluntad reaccionaria dictatorial o de semi-dictaduras era herencia común, constitutiva de los españoles, de «todas nuestras taras de incapacidad, pragmática, realista, organizativa», que recaían sobre los argentinos (4-7-76).

En el 66, Victoria, después de varias promesas e intentos fallidos, se desplaza a Madrid. No desea socializar y da pocas conferencias. En el 67 se organiza la visita de Soledad a la Argentina con la mediación de Guillermo de Torre. Continúa, a pesar de las dificultades políticas y económicas, el intercambio de escritores entre Sur y Revista de Occidente en el que intervienen Victoria, Soledad y José Ortega. Entre idas y venidas a Europa, Victoria conoció a José Varela y al grupo argentino de estudiosos en Oxford, de donde surgiría el proyecto de una Fundación Ortega en Argentina.

Con la tercera generación ella mantuvo una relación generosa y distendida, asomándose con mente abierta y curiosidad a las expectativas con que Pepe vislumbraba el futuro de la naciente Fundación de Madrid y su vocación de apertura internacional. Precisamente el recuerdo que de estudiante conservó el hijo de Soledad se resume en estas palabras: «Me impresionó su proyección internacional porque Victoria era una intelectual interesada en multitud de temas y se movía con igual facilidad en el mundo francés, Inglaterra y los Estados Unidos que en el mundo hispano. También me impactó su indomable compromiso con la libertad y, al respecto, su traumática experiencia del peronismo».

A pesar de sus años, Victoria continuó ocupándose con gran vitalidad de Sur y de la incesante labor de recoger papeles y encarar las recurrentes crisis económicas de las editoriales en un país empobrecido. El creciente pesimismo de Victoria se pone de manifiesto en las cartas cruzadas con Soledad en los años 70. La Argentina se encontraba cada año más sumergida en terrorismos de Estado y en una guerra sucia que condujo al asesinato, «insensato» para Victoria, del general Aramburu, a quien ella apreciaba. En estos tiempos de guerra civil interna se sentía anonadada por la degeneración de las revoluciones libertadoras militares, por el retorno del peronismo, por la beatería folklorista de la cultura del tango, Gardel y la vulgaridad generalizada. Comenzó en 1973 las negociaciones para dejar sus casas, de San Isidro, Villa Ocampo yMar del Plata a la UNESCO. Le confiesa a Soledad después de viajes incesantes para cerrar trato, que no sabía si había hecho lo correcto, dado que la UNESCO no parecía demasiado interesada en la donación. La siente remota y vaga, presagio del abandono que sufrió su propiedad durante años y que Soledad pudo constatar en uno de sus viajes.

Victoria, con sus años a cuestas, comenzaba a sentirse desterrada de su gente a pesar de que amaba la belleza de su tierra. Le confiesa a Soledad que políticamente cada día entiende menos lo que ocurre en Argentina y cree que también entienden poco los que parecen entender. La vuelta del peronismo en el 72 le resultó un retorno inconcebible. Comienza a percibir que Ortega tenía razón al haber detectado la incapacidad manifiesta del hombre argentino para conducirse políticamente y administrar el desorden de su economía.

Victoria no oculta sus temores al sentirse amenazada por el retorno de Perón, coincidiendo con el intento de incendio de su casa de Mar del Plata. Le confiesa a Soledad que cuando mataron a Aramburu recibió amenazas de muerte a las que no hizo caso. La situación nacional la paralizaba y le impedía continuar con susMemorias, incitándola Soledad a que hiciera circular sus Testimonios en España, obsesionada con la incomunicacíón entre los países de lengua castellana (25-5-77).

Al otro lado del Atlántico se avecinaban cambios promisorios. En 1975 muere Franco y en España comienza una trayectoria de transición democrática que será fundamental para los Ortega. En 1977 Soledad le transmite a Victoria este gran vuelco positivo que se vivía como una «resurrección»: vuelven a reunirse los antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, los amigos retornan del exilio y ella se convierte sin saber por qué en el nexo de un nuevo hispanismo generacional. En mayo de 1977 Soledad describe el apasionante espectáculo del resurgimiento español: «Es como ver brotar una vegetación exuberante por una repentina quebrazón de una seca corteza que todo lo apresaba, o una capa de hielo que lo aprisionaba» (8-5-77).

Victoria, en cambio, desencantada con la vitalidad de su país, estrecha vínculos con Estados Unidos, entrega sus memorias a una norteamericana, Doris Meyer, quien escribe su primera biografía en inglés [ 7 ] , y hace preparativos para vender su epistolario a la Universidad de Harvard, entidad que en el 67 la había distinguido otorgándole un titulo honorífico. En una Argentina cada día mas «depauperada» Victoria siente el contraste con España, experimentando el apasionante momento de ver brotar su democracia y descongelarse su pasado. Se produce un vuelco en la balanza histórica respecto a los tiempos de Ortega. El vitalismo había pasado a ser parte de la vieja España, que ahora aspiraba a incorporarse a una Europa unida, mientras que los jóvenes pueblos hispanos del progreso indefinido se sumían en la pobreza, el caos social y el atraso económico.

En 1977 Soledad intenta viajar a Argentina para animar a Victoria, enferma y sin poder moverse de San Isidro. Quiere entusiasmarla para continuar con sus Testimonios, pero la encuentra sumida en choques generacionales con el grupo Di Tella y abatida por la presidencia de Campora. No asiste a las convocatorias de intelectuales por considerarlas pura politiquería populista. En ese mismo año, Soledad viviría desde España un momento familiar difícil en el que entran en crisis Revista de Occidente y la Editorial Alianza, lo que da pie en 1977-1978 a un amplio intercambio de cartas entre ambas mujeres. En medio de ello, Soledad insistirá en su vieja preocupación por crear algo así como un Centro de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos para potenciar el mundo cultural español y poner «un granito de arena en esa conexión y circulación de nuestros mundos culturales». Con este proyecto que acarició durante años con Victoria, se levantó la actual Fundación Ortega y Gasset de Madrid, que se puso en marcha con la ayuda de jóvenes generaciones de españoles que habían estudiado en el extranjero y con el apoyo de entidades como el Banco Urquijo.

Soledad entiende, y así se lo comunica a Victoria, que este proyecto que ella preside tendría como una de sus principales misiones la conservación de los archivos y de la Revista de Occidente, que era la gran herencia de su padre, con América incluida en su realización. El intercambio epistolar con Victoria a partir de 1978 muestra el entusiasmo de Soledad por su Fundación, en cuyo patronato incluye a Victoria. Confiando siempre en su inteligencia y fervor humano, la necesita cerca para beneficiarse de su experiencia y consejos. Al mismo tiempo, ambas mujeres celebraban la publicación de la serie Testimonios, que Soledad leyó de cabo a rabo, comentándole a Victoria: «tú como los vinos no haces más que mejorar con el tiempo» (1-9-sin año).

La última carta de Victoria a Soledad da a entender que ésta iría a visitarla en Buenos Aires en 1978. En 1979 fallecía Victoria en su casa de San Isidro. Soledad retornaría a Buenos Aires para el homenaje que se le hizo a Victoria con motivo de su centenario. Al llegar comprobó que Villa Ocampo estaba clausurada y Sur en extinción. Comprendió que rápidamente había desaparecido el Buenos Aires de Victoria, y por consiguiente el de su padre. Ella quedaba como último eslabón vivo de una vieja amistad heredada. Al dejarnos Soledad Ortega en 2007 no encontramos mejor homenaje a su memoria que el de recuperar un testimonio epistolar que, además de revelar esa gran amistad, pone de manifiesto formas de ser y de vivir dibujadas por el contorno social, por circunstancias no siempre propicias para estas mujeres a quienes, como confesó Victoria al recordar su deuda con Ortega, la circunstancia les dolía cada vez más. La única forma de reunirse estas personalidades (y de ello ambas mujeres eran conscientes) era por medio de la conservación de los epistolarios, al cual pertenecía el reinado de la memoria, para Victoria «tan imprevisible como el porvenir», porque en su gobierno se habían amputado y manipulado importantes testimonios de vida por ideologías políticas irreconciliables. Son pertinentes sus palabras cuando comenta en relación a la pérdida de Ortega en el 56: «Quizás el dolor fuera necesario para conducirnos a un "bien" difícil de alcanzar si el dolor no nos sacaba bruscamente de nuestras rutinas», y en un mundo que, admitía, no sólo para europeos, sino también para españoles y argentinos, había andado «a los tumbos» durante la segunda mitad del siglo XX.

 

NOTAS

  • [ 1 ] %3Cp%3EG.+de+Torre%2C+%26laquo%3BUnamuno+y+Ortega%26raquo%3B%2C+%3Cem%3ETr%26iacute%3Bptico+del+sacrificio%3C%2Fem%3E%2C+Editorial+Losada%2C+Buenos+Aires+1948%2C+pp.+33-52.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 2 ] %3Cp%3E%26laquo%3BMi+deuda+con+Ortega+y+Gasset%26raquo%3B%2C+N%26uacute%3Bmero+de+Homenaje+a+Ortega+y+Gasset%2C+revista+%3Cem%3ESur%3C%2Fem%3E%2C+Julio-Agosto+1956%2C+pp.+206-220.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 3 ] %3Cp%3EL.+Dujovne%2C+%3Cem%3ELa+concepci%26oacute%3Bn+de+la+historia+en+la+obra+de+Ortega+y+Gasset%3C%2Fem%3E.+Colecci%26oacute%3Bn+Rueda+Filos%26oacute%3Bfica%2C+Santiago+Rueda+editor%2C+Buenos+Aires+1968.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 4 ] %3Cp%3EEl+epistolario+de+Ortega+y+Luzuriaga+conservado+en+los+Archivos+de+la+Fundaci%26oacute%3Bn+Ortega+de+Madrid+resulta+revelador+respecto+a+la+conducta+personal+de+Ortega+durante+el+periodo+de+exilio+argentino.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 5 ] %3Cp%3ESe+refiere+Victoria+a+%26laquo%3BAzor%26iacute%3Bn.+Primores+de+lo+vulgar%26raquo%3B%2C+publicado+en+%3Cem%3EEl+Espectador+2%3C%2Fem%3E%2C+dedicado+a+Elena+Sansinenea+de+Elizalde+con+fecha+de+Madrid+1917.+O+C.%2C+Tomo+2%2C+parte+I%2C+pp.+157-170.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 6 ] %3Cp%3EEn+el+n%26uacute%3Bmero+de+%3Cem%3ESur+%3C%2Fem%3Ede+septiembre+1970+y+junio+1971+dedicado+a+la+mujer%2C+participaba+Victoria+Kent+con+un+art%26iacute%3Bculo+dedicado+a+la+experiencia+penitenciaria%2C+tras+el+que+se+publicaba+otro+de+M.+C.+Castrillo+sobre+Espa%26ntilde%3Ba+como+pa%26iacute%3Bs+antifeminista+en+el+cual+esta+autora%2C+citando+a+la+Campo+Alange%2C+sit%26uacute%3Ba+a+la+Kent+entre+las+comunistas+en+las+elecciones+del+36.+El+episodio+dio+origen+a+cartas+de+Victoria+a+Soledad%2C+de+Victoria+Kent+y+de+Soledad%2C+quien+presion%26oacute%3B+a+Carmen+Castrillo+para+colaborar+en+la+revista+%3Cem%3ESur%3C%2Fem%3E.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E
  • [ 7 ] %3Cp%3ED.+Meyer%2C+%3Cem%3EAgainst+the+Wind+and+the+Tide%2C+Victoria+Ocampo%3C%2Fem%3E%2C+1979%2C+con+introducci%26oacute%3Bn+de+la+autora%2C+New+York+1978%3B+otra+edici%26oacute%3Bn+en+University+of+Texas+Press%2C+1990.%3C%2Fp%3E%0D%0A%3Cp%3E%26nbsp%3B%3C%2Fp%3E

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