Si algún antropólogo social ha puesto de manifiesto de manera clara y rotunda la pertinencia de comparar universos culturales distintos, éste ha sido Louis Dumont, a través de una obra estructurada en torno a la diferencia.
El método comparativo histórico, propio de la antropología del siglo XIX , enfatizó las semejanzas culturales, mediante un orden de secuencias temporales, a las que concedía un valor moral, como camino de la humanidad hacia su inevitable perfección. Tal procedimiento ocultaba el sentido y valor de los distintos órdenes culturales, al centrar su esfuerzo en demostrar ad nauseam , mediante miles de ejemplos sacados de los más diversos contextos y épocas, la imaginaria trayectoria que la humanidad habría inevitablemente seguido.
Sin embargo, para la antropología actual, heredera en gran medida de la obra de Marcel Mauss, cada sociedad constituye un caso único y apreciable por sí mismo. Cada universo cultural es un orden simbólico que demanda obligatoriamente situarse en el punto de vista de la totalidad, para poder ser estimado de forma significativa. De tal forma que el hecho sociológico para Marcel Mauss no existe con independencia de la referencia a la sociedad global de la que se trate.
Con este punto de vista de partida, Louis Dumont dedicó su vida profesional al estudio de la India, y, en particular, al sistema de castas. Su experiencia no ha hecho sino reforzar la vieja enseñanza de Mauss, ya que en la India halló un caso privilegiado, donde la comprensión exigía un modelo previo que, en este caso, la realidad le imponía de manera violenta. En el seno de la sociedad más rígidamente estratificada que jamás había existido, donde los grupos humanos se consideraban entre sí como especies diferentes, descubrió un principio armonizador que daba sentido radical al conjunto: la jerarquía , base de la posibilidad de su existencia diaria.
El sentido de este concepto era religioso en un doble aspecto: por ser la totalidad del régimen de castas lo que en él se encontraba representado, y por el carácter ritual de la separación entre unas castas y otras, organizadas en torno a la dicotomía puro-impuro. No hay esfera separada de la vida que pudiera ser considerada al margen de esta ley. Todo en la vida social y cultural de la sociedad hindú se encontraba transido de su significado, bien como orden, bien como violencia.
La genialidad de Louis Dumont ha consistido en llevar a su extremo, gracias a lo que la India representó para su espíritu, la comparación con nuestro universo cultural. La diferencia se le impuso como realidad absoluta, e hizo de ella la piedra angular de su reflexión antropológica. Sus excelentes trabajos sobre la ideología igualitaria y el individualismo propio de las sociedades modernas occidentales, pusieron de manifiesto que era posible construir formalmente una experiencia ampliada que diera cuenta, como sistema de referencia general, tanto del punto de vista hindú, como del nuestro. Se diría que, tomando en conjunto la obra del eminente antropólogo francés, ambas realidades son complementarias. En unas conferencias dadas en la ciudad de Venecia en la primavera de 1962 afirmaba que, para el mundo occidental, sociedad y religión se habían constituido en órdenes separados, independientes el uno del otro; que la religión había dejado hacía tiempo de enlazar y legitimar todos los aspectos de la vida social; que la realidad humana para occidente se encontraba en el hombre, en tanto que individuo, y que, por supuesto, todos los individuos son iguales en nuestras sociedades, ordenadas conforme a principios igualitarios. La sociedad india, por el contrario, se ordena y jerarquiza, en función de la religión, es decir, de un orden universal, tal como ella se lo representa.
La India siempre fue atractiva para Occidente, desde la antigüedad clásica: «Desde hace mucho –decía Hegel– vive en la imaginación de los europeos, como tierra de maravillas, sin ser conocida exactamente». La obra de Louis Dumont representa, gracias al intelectualismo heredado de la mejor tradición de la sociología francesa, un esfuerzo decisivo en ese conocimiento, que le ha permitido, como si de un juego de espejos se tratara, iluminar aspectos fundamentales de nuestra propia civilización.