Revista de Occidente

La mirada orteguiana

por Javier Zamora Bonilla

Revista de Occidente nº 324, Mayo 2008

Se echa de menos en la filosofía de Ortega una fenomenología de la mirada, que hubiera estado a la altura de la perspicacia y de la profundidad con que Max Scheler caracterizó algunos comportamientos humanos. Hay pinceladas en su obra de las que pueden sacarse apuntes sobre el mirar, pero no una meditación articulada sobre el mirar mismo y los distintos modos de mirar. El propio Ortega se planteó esa necesidad, bien que lanzaba el encargo para que otros lo tomasen a sus espaldas:

“ Pero si el señalar y el caminar declaran no pocos secretos del íntimo ser, mucho más acontece con la mirada. Es ésta casi el alma misma hecha flúido. Bajo el arco de las cejas, como tras de la boca del escenario, párpados, esclerótica, pupila, iris integran una maravillosa compañía de teatro, que representa maravillosamente el drama y la comedia de dentro. Es inconcebible que no se haya hecho aún –que yo sepa– el vocabulario de la mirada, que no se hayan clasificado los modos de ella. La mirada recta y la de través, la mirada prensil que llega al objeto y queda en él agarrada, y la mirada blanda que resbala sobre su forma sin prenderla, en un deslizamiento de caricia. La mirada que mira como más allá de lo que mira, y la otra, corta, que parece no llegar a su superficie. La mirada indiferente, la intensa, la vaga. La mirada voluptuosa y la reflexiva, la clara y la turbia, etc., etc. He aquí otros tantos títulos de problemas antropológicos que es preciso elaborar uno a uno, minuciosamente. Se comprende que sea la mirada, de las porciones visibles del cuerpo, la más rica en poder expresivo. En el aparato ocular intervienen el mayor número de músculos pequeños y sumamente sensibles, que obedecen a las menores presiones del ser íntimo» («Sobre la expresión, fenómeno cósmico», en El Espectador VII, Obras completas, Madrid, Fundación José Ortega y Gasset / Taurus, 2004, tomo II, pp. 691-692)”.

Ortega fue un espectador atento a la circunstancia que le tocó y un gran sentidor de la cenestesia de su propio vivir. Esto le dio lo que Goya llama en uno de sus Caprichos «experiencia de mundo». Se le ha presentado a veces como un hombre alejado de la realidad e inmerso en su metafísica, y otras como un bon vivant interesado sólo en su propio placer y desinteresado de lo social, pero lo cierto es que intentó comprender el mundo para hacerse su interpretación del mismo, su metafísica, y desde ésta vivir a gusto dentro de esa acumulación de facilidades y dificultades que es la circunstancia, para hacer más vividera la realidad radical que es cada vida humana. Su discípula María Zambrano lo vio bien: Ortega estaba obsesionado con «el otro», con «el monstruo de lo social», y no en un sentido negativo, o sólo negativo, sino en un intento de comprensión del hombre en la sociedad y de los necesarios modos de actuación para la mejora de ésta y de aquél. Como nos pasa a todos, el mundo en que le hubiera gustado vivir no coincidió con el que le cupo en suerte, y muchos avatares de la vida le llevaron por caminos que a buen seguro en su juventud no pensó transitar.

El 9 de mayo se cumplen 125 años de su nacimiento. Ortega, afortunadamente, ya no necesita de efemérides para que se preste atención a su filosofía. Anualmente se reeditan en español más de diez títulos de sus más famosas obras o de diversas recopilaciones de textos, se traducen a las más variadas lenguas en torno a una veintena de sus trabajos, se publican entre ciento cincuenta y doscientos artículos y libros sobre infinidad de cuestiones de su pensamiento, y es raro el año en que no se defienden tres, cuatro o cinco tesis doctorales sobre su filosofía u otros aspectos de sus ensayos. Al Congreso internacional que conmemoró en 2005 los cincuenta años de su muerte se presentaron más de cincuenta comunicaciones, además de las conferencias y ponencias. El éxito comercial y de crítica que está teniendo la nueva edición de sus Obras completas –está mal que yo lo diga porque soy en una mínima parte responsable junto al equipo del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset– muestra esa sensibilidad favorable a la lectura y al estudio de Ortega. Entre el presente año y el próximo se culminará esta edición en diez tomos, de los que ya se han publicado siete, el octavo sale el mes que viene y se trabaja ahora mismo en los dos últimos. Es una edición que, como Ortega hizo con todas sus obras, busca un público general. Una edición, entendemos, de fácil lectura, pero repleta de la información necesaria para los investigadores en su amplio aparato crítico, siempre diferenciado del corpus orteguiano, donde la respetuosa mano de los editores apenas se ve a pesar del mucho trabajo que hay detrás. Es una obra de fácil lectura, pero de compleja edición, que lleva tras de sí una intensa investigación y un detallista y minucioso cuidado en la selección de los testimonios, la comparación de los mismos, el señalamiento de variantes, etc. Por su propio formato de Obras completas , con entre mil y mil ciento y pico páginas por tomo, dentro de ellas cerca de doscientas de aparato crítico en cada uno, y un precio –cincuenta euros– alejado de las posibilidades reales o intencionales de muchos bolsillos, se podría pensar que no iba a ser una obra de amplia difusión, y así lo pensaron diversas editoriales con las que en su día se mantuvieron contactos, pero muy contrariamente algunos tomos ya van por la quinta edición o reimpresión y otros por la segunda y la tercera, lo que supone varios miles de ejemplares vendidos de cada volumen.

En breve estas Obras completas estarán culminadas. Paralelamente la Revista de Estudios Orteguianos continúa con la eficiente labor de dar a conocer las «Notas de trabajo» del filósofo y de presentar detalles de su biografía a través de la sección Itinerario biográfico». Nunca ha habido tanta información –y de tan fácil acceso–publicada de Ortega y sobre él, lo que permitirá nuevas aproximaciones a su figura histórica y a su pensamiento. Los jóvenes estudiosos dispondrán de muchas más fuentes, y sus estudios obligarán a todos a revisar nuestras interpretaciones de Ortega o, cuanto menos, a matizar algunas afirmaciones. Así avanza la ciencia, y nuevos paradigmas sustituirán a los viejos. Mas lo importante es, en el fondo, que se siga leyendo a Ortega y que siga siendo accesible a un público amplio, porque su mirada ofrece perspectivas desde las que ver el mundo con ojos atentos e interesados, comprensivos.

Hay quienes al acercarse a un autor lo hacen siempre desde la discordia y no le sacan jugo más allá de publicar libros o artículos de más o menos repercusión. En el fondo, no lo entienden y el ánimo en que se produce su aproximación les impide aprender de él. Hay gente que sólo sabe polemizar, que sólo sabe pensar frente , lo cual es necesario, pero que no sabe pensar con los grandes maestros. En lugar de la discordia en el ánimo es recomendable el amor intellectualis para que este ser histórico y biográfico que es cada hombre llegue a pensar por sí mismo, pero a sabiendas de que sólo se puede pensar (bien) en compañía.

Ortega indudablemente es uno de esos grandes maestros. Hay muchas cuestiones de su pensamiento que hoy se pueden considerar superadas o insuficientes, tanto de su metafísica, como de sus meditaciones sobre la política, la sociedad, el arte, la literatura, etc., pero su «experiencia de mundo» nos puede servir todavía para ahondar en el conocimiento de la realidad nuestra, de la circunstancia que nos ha tocado vivir. Esto es lo esencial del diálogo que cada uno establece con los maestros, sean estos presentes o sean, como decía Quevedo, «las grandes almas que la muerte ausenta».

No se trata de la consabida obsesión por la «actualidad» del pensamiento orteguiano con que los periodistas suelen abordarle a uno en cada conmemoración orteguiana. El pensamiento de Ortega –él mismo lo decía– es circunstancial, está inscrito en su circunstancia y sólo desde su contexto histórico se entiende. Otra cuestión es qué de su pensamiento puede seguir ayudándonos hoy a pensar, qué temas pueden seguir teniendo vigencia al trasladarlos al presente. No hay lugar sino para un par de ellos:

1) Todo hombre tiene una metafísica, por tosca que ésta sea, desde la que vive. La mayoría de los hombres sólo sabe vivir desde las creencias vigentes en el tiempo, y hereda sin rechistar las cosmovisiones que encuentra en el entorno social. La filosofía de Ortega incita al hombre a hacerse su propia metafísica, su interpretación del mundo, para que cada uno pueda vivir auténticamente la vida. El concepto de la vida humana de cada uno como la realidad radical, con todas sus insuficiencias, sigue siendo la metafísica más profunda que ha dado el siglo XX para la comprensión del hombre, y no creo que el siglo XXI haya dado todavía ninguna otra. Esta metafísica está basada en la idea de que toda vida humana es un yo más su circunstancia, donde aparecen todas las otras realidades (cuestión distinta es si aquí encuentran su ser, como dice Ortega, que sería discutible, y hay textos que permiten interpretaciones distintas). Esa vida humana no es un ser estático sino un devenir, un ir haciéndose desde un presente, que se apoya en un pasado individual (biográfico) y colectivo (histórico), hacia un futuro. La vida es, como dice el filósofo, futurición; está siempre inclinada hacia delante y no queda más remedio que ir haciéndosela uno, porque en el fondo más íntimo es libertad, es un quehacer propio, que si se atreve a ir más allá de lo mostrenco social, dentro de lo que inevitablemente hay que vivir, será auténtica. Éste es el camino para la felicidad: la realización progresiva de la vocación, y esa vocación, cualquiera que sea, sólo se puede cumplir en convivencia. Frente al ser suficiente que había buscado la filosofía, Ortega descubre, desvela como realidad radical un ser indigente, en el que el yo y la circunstancia se necesitan.

2) En relación con esto, el perspectivismo orteguiano, de base leibniziana y fenomenológica, lleva a la formación de culturas sobre la base del diálogo para la construcción del sistema de ideas desde las que cada tiempo vive. El hombre no puede tener todas las perspectivas para conocer la realidad, así que sólo la suma de perspectivas permite una mayor aproximación a la verdad. Esto no significa que toda perspectiva ofrezca el mismo grado de certeza, pues pueden mediar situaciones que distorsionen el conocimiento, pero, en último término, como decíaMachado en su Mairena , el diablo no tiene razón, pero tiene razones, y hay que escucharlas todas. Podríamos seguir señalando ideas orteguianas en las que conviene detenerse a pensar desde el presente hacia el futuro: el hombre-masa y la imposición de sus valores en la sociedad, la esencia liberal y democrática de los regímenes políticos, lo que Ortega llamó un «socialismo ético» o «liberalismo social», la unidad política de Europa como salvación de cada una de las naciones integradas en ella y de sus valores peculiares y de los comunes a la civilización occidental, la misión de la pedagogía, el valor del arte abstracto, etc., etc. Pero baste así, pues en todos los temas apuntados conviene entrar con pie firme y con suficientes aclaraciones, que no son las que permite la presentación de este número de mayo, en el que un año más Ortega vuelve a estar presente en su Revista.

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